APUNTES DE HISTORIA: La población blanca de Valladolid en la época colonial

En uno de los artículos que publicamos diariamente bajo el nombre de Apuntes de historia, se abordó el tema del origen de los españoles que vinieron a la península de Yucatán para fundar y colonizar las poblaciones de Mérida, Campeche y Valladolid; la primera fundada desde su origen como ciudad y las otras dos como villas españolas y para lo cual, se retomó un trabajo de José Ignacio Rubio Mañé escrito en 1945.

En esta ocasión, el artículo se basará en un trabajo publicado en el Diario de Yucatán en 1933 y recopilado en libro Historias para el café (2016) titulado “Costumbres coloniales de Valladolid” de Jorge Ignacio Rubio Mañé. Sin embargo, a este artículo hemos decidido titularlo “La población blanca de Valladolid en la época colonial” porque si bien, por una cuestión de extensión sólo retomaremos los aspectos de este tema vertidos en el artículo antes mencionado, retomaremos otros apuntes y datos históricos contenidos en la tesis de maestría Valladolid y Tizimín: Imaginarios, identidades y símbolos (2010) de Efraín G. Medina Alcocer y que refuerzan lo escrito por Rubio Mañé.

El autor señala que “La muy noble y muy leal villa de Valladolid, como se le apellida en los viejos documentos coloniales, fue adquiriendo todas las características de las altivas ciudades de la orgullosa Castilla. Si San Francisco de Campeche era el emporio del comercio provincial […] y Mérida ostentaba vecindad burocrática, sede de Capitanes Generales, Alcaldes y Regidores, Obispos y Canónigos, Oficiales de las Reales Milicias y Hacienda, la legendaria y orgullosa Valladolid era la residencia de la aristocracia colonial” (2016: 130).

Y continua “Las familias de los conquistadores fueron abandonando Campeche y Mérida, cediendo el campo a nueva gente que venía a poblar Yucatán […]. El poblador español se radicaba primeramente en este puerto o en Mérida, y en estas poblaciones adquiría lo que podemos llamar carta de ciudadanía, mediante el tiempo que pasaba como vecino” (2016: 130).

“En Valladolid no se admitían fácilmente en la sociedad a los forasteros. Ella era refugio de los hijos y los descendientes de los conquistadores, que fueron integrando privilegiada casta, que reclamaba prerrogativas por sus antecedentes genealógicos, fincados en los méritos de sus abuelos que lograron conquistar estas tierras. Y de allí ese ambiente tan suyo, tan peculiar, de abolengos antiguos, de presunciones de nobleza de sangres, retoños de la soberbia castellana plantados en campos indómitos de Cupules. El movimiento de población lo verifican los colonos de Mérida y Campche, que ya habían residido largo tiempo, que ya habían ejercido algún puesto de importancia y deseaban pasar el resto de sus años en paz y bienestar; se radicaban en Valladolid y eran admitidos con gusto” (2016: 130-131).

Por lo que no es de extrañar, que los mismos vallisoletanos cuidaran mucho la pureza de la sangre de la villa. “La población del centro, integrada por familias descendientes de conquistadores, prefería entre los pretendientes de sus hijas casaderas, a los vástagos de igual familia vallisoletana que al español recién llegado de Europa, que era visto con desconfianza por forastero. No era, pues, un orgullo español. Era un orgullo local” (2016: 131).

Esta peculiar mirada a la aristocracia vallisoletana colonial, también fue señalada por el antropólogo Medina Alcocer (2010), quien para su investigación retomaría al historiador yucateco, Justo Sierra quien en su novela La hija del judío, señalaba lo siguiente:

“Hasta ahí, sólo se había encontrado en colisión directa con los cabildos de Mérida y Campeche; pero aún no se la había con el cabildo de la Villa de Valladolid, el más temible de todos por su arrogancia y altanería de unos hidalgos que se tienen por lo más rancio y aristocrático de la Península. Has de saber que en la villa de Valladolid se reunió poco tiempo después de la conquista la flor y nata de los aventureros, que realizaron aquella obra; aunque no era en verdad gente de prosapia ni solar, sino simple soldadesca y no muy morigerada que digamos, sin embargo, como de pecheros y proletarios que eran en sus ruines pueblos y aldeas de España, halláronse de pronto con vastas tierras de labor y numerosos esclavos, creyéndose grandes señores, se olvidaron de su humilde origen, se concentraron en sí mismos, sólo celebraron alianzas de familias entre sí y comenzaron a mirar con el más profundo desprecio a cuantos no descendían en línea directa de los conquistadores y pacificadores de aquella tierra. Su relación ha subido a tal punto, que jamás han querido admitir en su seno a los españoles recién venidos de la madre patria, ni los han considerado en nada, siquiera su hidalguía y limpieza de sangre fueran acreditadas en más auténticas ejecutorias” (pp. 214-215 citado en Medina Alcocer, 2010).

Pero ¿Cómo era la relación entre la población blanca de la villa y los indígenas? Rubio Mañé señala que “estaban firmemente delineadas las clases, hasta en la formación de los barrios. En los de Sisal y san marcos residía la raza maya. En los arrabales de santa lucía San juan y Santa Ana residían los descendientes de los indios mexicanos que trajo Montejo para que coadyuvaran a la conquista de los mayas” y “constituía una injuria y de las más grandes decirle a un vallisoletano que había sido bautizado en la parroquia de Sisal, exclusiva de los indios” (2016: 131).

Podemos suponer que esto causaba fuertes tensiones entre los blancos que vivían en el centro y la población indígena que habitaba los barrios. Medina Alcocer (2010) citando a Suarez Molina señalaba que “eran tradicionales en Valladolid los odios y tensiones entre los barrios, y especialmente existía una inveterada enemistad entre los habitantes del barrio de Sisal y los vecinos del centro. Eligio Ancona, al hablar de 1847 dice que de tiempo inmemorial existía una constante lucha entre la población blanca del centro de Valladolid, que formaba una especie de aristocracia y la indígena de los barrios” (Suárez Molina, 1978 citado en Medina, 2010).

Ya anteriormente habíamos abordado las posibles razones por las que los yucatecos empleamos muchos más palabras del idioma maya en nuestra comunicación a diferencia de los campechanos. Una hipótesis muy plausible fue que la dinámica misma de las poblaciones coloniales de Mérida y Valladolid requerían de un contacto constante con el maya, lo que finalmente hizo que éste tuviera una fuerte presencia en los diferentes aspectos de la vida de los españoles y criollos; especialmente en uno muy central: el cuidado de los niños. Aspecto que nuevamente se confirma en la villa oriental junto con una razón: el hablar maya también servía para distinguir a los españoles/criollos vecinos de los forasteros. Así lo señala Rubio Mañé al decir que “los criollos [avecindados en Valladolid] no sólo conocían a perfección el lenguaje de los mayas, sino que lo hablaban con especial gusto en sus casas, no únicamente con la servidumbre, sino que también entre ellos mismos, quizás para identificarse más hacia los forasteros que llegaban de España” (2016:132).

En el siglo XVIII Valladolid llegó a ser la ciudad más populosa de la provincia superando a Mérida en el número de vecinos de entonces. La Sultana del Oriente, no logró alcanzar los títulos de ciudad sino hasta después de la independencia y para entonces, los sentimientos localistas se acentuaron aún más. “Mérida se ufanaba de su posición como capital del Estado (...) Campeche luchaba por sus fueros como centro comercial (...) y como centro de prestigio estatal (...) Valladolid hacía valer su viejo prestigio, ya enmohecido y sus blasones de piedra, testimonio de un pasado que pretendía ser aristocrático, prestigio colonial ya en decadencia y apenas animado de nuevo por su industria textil algodonera de reciente creación” (Suarez Molina, 1978 citado en Medina: 2010).